Un trágico recordatorio de las grietas en la estructura social de Francia
Texto por: Amal Benotman
Desde hace días, Francia está convulsionada por disturbios desencadenados por la muerte de un menor a manos de un agente de policía. El fallecimiento de Nahel y las posteriores manifestaciones multitudinarias han vuelto a poner de relieve el malestar social que aqueja al país, evidenciando, por un lado, la marginación de sus barrios populares y, por otro, una relación fracturada entre la Policía y los jóvenes de zonas desfavorecidas. Análisis.
Nahel, de 17 años, creció en Nanterre, una comuna al oeste de París, donde fue criado únicamente por su madre. Aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo lo describen como un joven «tranquilo» cuya vida no difería mucho de la de otros jóvenes que residen en las conocidas cités francesas. Este término hace referencia a los barrios empobrecidos, la mayoría de ellos ubicados a las afueras de las grandes ciudades.
Para ganarse la vida, el joven Nahel trabajaba como repartidor. Al mismo tiempo, se encontraba involucrado en un programa de integración auspiciado por una asociación que brinda apoyo a los jóvenes a través del deporte. Su pasión era el rugby.
«Él era alguien que buscaba integrarse social y profesionalmente, no un joven que se dedicara a actividades ilegales o delitos», rememoró Jeff Puech, presidente de la asociación encargada de su entrenamiento.
Sin embargo, el martes 27 de junio, la vida del adolescente fue brutalmente «truncada» cuando fue víctima de un homicidio a manos de un agente de policía durante un control de carretera. El video de su muerte, compartido en las redes sociales, ha generado conmoción tanto en Francia como en el ámbito internacional.
«La vida de un joven ha sido truncada y la de su familia ha sido destrozada», en palabras de Puech.
El impacto de su asesinato dio lugar a una oleada de rabia y furia, así como a manifestaciones contra la Policía en varias ciudades francesas.
Y es que en el destino trágico de este joven, miles de habitantes de los mismos barrios populares, en los que residen muchos franceses de ascendencia magrebí y subsahariana, han visto un símbolo de la injusta forma en que consideran que las fuerzas policiales de su país los tratan.
Los suburbios de Francia: territorios segregados en el tejido social
Nahel creció en uno de estos suburbios conocidos como «sensibles». Los disturbios que se han desatado tras su muerte no solo reflejan las relaciones fracturadas que existen desde hace años entre los jóvenes provenientes de estas zonas y la Policía, sino también la geografía de estos lugares, que encarnan la precariedad, la segregación socioespacial y un fuerte sentimiento de marginación.
«Estamos hartos, también somos franceses. Estamos en contra de la violencia, no somos escoria», decía Mohamed Jakoubi a la agencia de noticias ‘Reuters’, un vecino de Nahel que asegura que en los suburbios hay una sensación de injusticia.
Según el sociólogo Cyprien Avenel, estos barrios «concentran la mayoría de los problemas de la sociedad: desempleo, delincuencia, disturbios, economía sumergida, fracaso escolar, inmigración, exclusión, gueto». Desde los años 80, estas áreas se han convertido en «el símbolo mismo de la marginación social y cultural», como afirma el investigador.
Avenel sostiene que estos suburbios se caracterizan por una imagen única: la pobreza y la desintegración social, lo cual determina la forma en que son percibidos por el resto del país. Por ejemplo, en Francia, el término «jóvenes de los barrios» (jeunes des cités, en francés) evoca con frecuencia en el imaginario colectivo a jóvenes «problemáticos», es decir, aquellos que se vuelven visibles en la esfera pública debido a los desafíos que plantean a la sociedad, detalla el sociólogo.
Ante denuncias de marginación socioeconómica y la estigmatización de los residentes más desfavorecidos, los intentos de implementar políticas para abordar esta situación no han logrado los resultados esperados. El sentimiento de exclusión en los habitantes de estos barrios desfavorecidos sigue siendo abrumador y aquejan «abandono» por parte del Estado francés.
En 2021, el político Jean Louis Borloo, autor de un plan para los suburbios que fue parcialmente rechazado por el presidente Emmanuel Macron, advirtió que estas áreas reciben «cuatro veces menos recursos en comparación con otras regiones, considerando la cantidad de habitantes».
«Son comunidades estigmatizadas, precarias y confinadas en guetos, donde la amargura y la humillación dan paso a la ira y a la rabia visceral», resumió un director de una escuela en Creil, al norte de París, en una entrevista publicada el sábado con el diario ‘Le Monde’.
La marginación de los barrios populares y el deterioro de las tareas policiales
Los recientes disturbios pueden atribuirse tanto al constante empobrecimiento y marginación de los barrios populares como al deterioro progresivo de las funciones policiales en los últimos 50 años, de acuerdo a Mehdi Djebbari, alto funcionario e historiador de la Policía francesa.
En una entrevista con France 24, Mehdi Djebbari explica que esta doble tendencia, es decir, el aumento de la inseguridad en los suburbios y la disminución de la efectividad de las tareas policiales, ha llevado a algunos jóvenes y agentes de policía a encontrarse en una situación de confrontación que dificulta el establecimiento de una relación pacífica. En cierta medida, esto ha contribuido a «destinar esta relación a la violencia», analiza.
En la segunda mitad del siglo XX en Francia, el enfoque de las tareas asignadas a la Policía por parte de los gobiernos experimentó un cambio gradual, alejándose de su papel de regulador de las relaciones sociales y centrándose cada vez más en la seguridad. Sin embargo, fue en el período comprendido entre 2003 y 2010 cuando se produjo un verdadero punto de inflexión, con la consolidación de esta visión orientada hacia la seguridad, durante el mandato del expresidente de derecha Nicolas Sarkozy.
Hasta ese momento, existía en Francia lo que se conocía en los barrios populares como «policía de proximidad» (police de proximité). Esta forma preventiva se esforzaba por garantizar la seguridad, mientras mantenía un contacto cercano con los residentes.
Su objetivo era pacificar las relaciones sociales y construir la confianza con los jóvenes. Sin embargo, Sarkozy, argumentando en su momento que la «prevención» no era la «misión de las fuerzas del orden», decidió suprimir esta forma policial. Según el exmandatario, la función de la Policía debía limitarse a investigar, detener y encarcelar. Durante su gobierno, la misión de la Policía se redirigió «hacia una seguridad represiva en lugar de preventiva», tal y como puntualiza Mehdi Djebbari.
Esta nueva misión de la Policía también se caracterizó rápidamente por un lenguaje ofensivo y belicista, respaldado y promovido por políticos conservadores de derecha y de extrema derecha.
Desde entonces, un estudio realizado por el Defensor de los Derechos ha revelado la existencia de desigualdades significativas en las relaciones entre la juventud y la Policía. Según la encuesta, los jóvenes de origen negro o árabe tienen hasta 20 veces más probabilidades de ser detenidos por las fuerzas de seguridad y de experimentar tratos adversos en comparación con el resto de la población.
Los jóvenes percibidos como «negros o árabes» reportan tener relaciones más conflictivas con la policía. Se observa una mayor proporción de casos en los que declaran haber sido maltratados (40% frente al 16% general), insultados (21% frente al 7% general) o intimidados (20% frente al 8% general) durante su última interpelación.
Y así también lo demuestra una encuesta encargada por el Consejo de Representación de las Asociaciones Negras de Francia, que denuncia que en el cotidiano nueve de cada diez jóvenes negros o mestizos dicen que son víctimas de discriminación racista.
El desafío del racismo dentro de la Policía francesa
Resulta difícil analizar los acontecimientos que se han desarrollado en Francia y comprenderlos plenamente sin abordar la cuestión de su dimensión identitaria. Ciudadano francés nacido en Francia, Nahel, al igual que muchos jóvenes de los barrios populares, tenía orígenes árabes, un factor que influye en la relación a menudo tensa que se instala entre estos jóvenes y las fuerzas policiales.
Frecuentemente, cuando los agentes de Policía son asignados a estas áreas populares, se encuentran desorientados, en paisajes geográficos desconocidos para ellos. Además, deben lidiar con jóvenes que comparten la característica común de ser más pobres y estar más alejados del empleo en comparación con el resto de la sociedad.
Según el especialista Djebbari, la trampa del racismo puede surgir cuando la Policía comienza a interpretar la situación de estos jóvenes no como resultado de factores económicos y sociales, sino en función de su apariencia física. Según el experto, es en estas condiciones cuando la Policía francesa puede llegar a conclusiones racistas sobre los residentes de los barrios populares.
Además, el caso de Nahel está lejos de ser un incidente aislado en Francia. Retrocediendo en el tiempo, otras tragedias similares han dejado su huella en la sociedad. Como la golpiza al productor musical Michel Zecler y la muerte del repartidor Cédric Chouviat en 2020; las mutilaciones de manifestantes del movimiento de los chalecos amarillos en los años 2018 y 2019; el deceso de Adama Traoré en 2016; y la trágica muerte de Zyed y Bouna en 2005, son solo unos ejemplos.
Estos casos han llamado la atención de las más altas instancias internacionales. El 30 de junio, Naciones Unidas instó a Francia a abordar de manera «seria» los problemas de racismo y discriminación racial dentro de su Policía; algo a lo que el Ministerio de Exteriores francés replicó que dicha acusación es «totalmente infundada» ya que «el país y sus fuerzas del orden luchan con determinación contra el racismo y todas sus formas de discriminación. No se permite ninguna duda a este respecto».
Sin embargo, a pesar de que la evidencia de un aumento del pensamiento racista dentro de la Policía se ha ido demostrando en medios y respaldando por testimonios, denuncias e investigaciones sobre el terreno, los discursos de los sucesivos gobiernos franceses han sido los mismos: niegan la existencia de cualquier problema de racismo dentro del cuerpo de seguridad.
Esta afirmación contradice los sondeos de opinión, los cuales revelan que el 64% de los miembros de la Policía y el Ejército votaron por opciones de extrema derecha. De ese porcentaje, el 39% optó por Marine Le Pen, mientras que el 25% respaldó a Éric Zemmour.
«Violencia de policías» y «violencia policial»
En el discurso oficial, se utilizan dos expresiones: «violencia de policías» y «violencia policial». Mientras el presidente Emmanuel Macron está dispuesto a admitir y emplear la primera, tanto él como su Gobierno rechazan la segunda.
La noción de «violencia de policías» implica que las acciones ilegales llevadas a cabo por algunos agentes son simples errores de juicio individuales. Sin embargo, muchos investigadores y sociólogos sostienen que la «violencia policial» refiere a una violencia sistemática e ilegítima ejercida o tolerada por la propia estructura policial, y de la cual el poder Ejecutivo es responsable en su conjunto.
El Gobierno de Macron sostiene que la policía francesa es una institución republicana que no comete errores. Por otro lado, la oposición política y numerosas organizaciones de derechos humanos argumentan que la negativa del Gobierno a reconocer la existencia de la «violencia policial» genera un sentimiento de impunidad entre los agentes, sugiriendo que sus abusos serán encubiertos.
En el caso del joven Nahel, el experto Mehdi Djebbari destaca además que la legislación francesa autoriza a los agentes de policía a detener a personas al volante utilizando sus armas de servicio. Esta ley, inicialmente diseñada para combatir ciertos métodos terroristas y que permite a los policías disparar si su vida o la de quienes les rodean está en peligro, ha sido objeto de numerosas críticas debido a las tragedias que ha provocado. En el caso de Nahel, no parecía que la vida del policía estuviera en peligro cuando disparó.
Aquellos que se oponen a esta ley argumentan que la Policía se encuentra bajo un marco legal que no sabe aplicar correctamente, lo que sugiere la necesidad de una reforma legislativa o un control más riguroso sobre las acciones de los agentes.
Sin embargo, investigadores y sociólogos señalan otro problema estructural en la Policía francesa: la falta de un control independiente. A diferencia de países como Reino Unido, donde la policía está sometida a una asociación regulada por la sociedad civil, en Francia es un departamento policial el encargado de supervisar a la propia policía.
Así, a la luz de los recientes acontecimientos, muchos observadores lamentan que el Gobierno francés no parezca tomar medidas para establecer un mayor control sobre la Policía, como la prohibición del uso de armas de guerra, la mejora del cumplimiento de las instrucciones relativas al uso de armas letales o una mayor formación para los agentes.