Con muy contadas excepciones, casi todos los seres humanos que han ocupado por la fuerza o por la razón, el cargo de presidente de una república centroamericana y caribeña, de una vez es envuelto en un Aura de ser predestinado, con amplia y especial visión sobre la vida y el mundo, cómo nadie más de sus conciudadanos la puede tener.
Como casi todos sabemos esa calificación excepcional viene dada desde la campaña política que lo llevó al poder, o durante las escaramuzas vividas dentro de los grupos que han insuflado su espíritu para de manera vil y rastrera, tomar total control de la cosa pública en uno de nuestros débiles países.
En la parte íntima de esos dos momentos de alta convivencia personal, con más carga sentimental que política, aparece la figura del líder imprescindible que todo lo sabe, oye y ve.
Para no caer en la tentación de creerse verdaderamente un rey luego de llegar al poder político y económico de una de nuestras naciones, el presidente electo democráticamente o impuesto por la fuerza, debe tener una inquebrantable fuerza de voluntad. Sus grandes amigos de infortunio, sus familiares, y aquellos expertos trepadores del momento, en aras de insuflar su figura ante la sociedad, convertirán sus más simples cualidades gerenciales, éticas e intelectuales, en excepcionales dotes de talento, además de ser el ciudadano que de la manera más apropiada interpreta las convicciones patrióticas de cada habitante del territorio bajo su reinado.
La maltratada sociedad dominicana lo ha vivido todo desde que buenos y sanos ciudadanos nos legaron la independencia nacional el 27 de febrero de 1844. Demócratas, dictadores, autócratas, liberales, se han sucedido uno tras otro en la administración del estado, y siempre hacen acopio de dirigir la Nación como si fuera una monarquía en su más extensa y rayana convicción.
El señor presidente electo de la República, Luis Abinader, cuya cuenta regresiva inicia el próximo 16 de agosto, debe tener muy presente que su gestión de cuatro años no es una licencia que le ha concedido el pueblo para decidir a su antojo qué debe hacerse o no en el país. Su mandato, otorgado constitucionalmente tiene leyes, reglas y límites. Su formación familiar, profesional y política deben incidir de manera inteligente en cada una de sus decisiones, de manera que no defraude la esperanza depositada en él por el pueblo, e inicie una manera más digna de dirigir los destinos de la Nación.
Deberá entender y aceptar Luis Abinader que el fardo de sus decisiones de Estado, después que jure ante la Nación, pesarán sobre todos los dominicanos, sean o no de su particular partido político. En consecuencia, estas deberán ser ponderadas y sopesadas por sus funcionarios, por las cámaras legislativas, por su equipo político, y por cada habitante de la isla.
Debe tratar Abinader de alejarse del fétido pero real calificativo con que el historiador Euclides Gutierrez Felix tituló una de sus obras, para contarle al país y al mundo como fueron las actuaciones del más sanguinario dictador de Las Américas en la primera mitad del siglo veinte.
Sin proponérselo, Luis Abinader está asumiendo una Nación latinoamericana en crisis total. Saqueada hasta la saciedad bajo el mando de tres gobernantes que durante 24 años permitieron todo tipo de desmanes a sus funcionarios y colaboradores más cercanos. Ni hablar de la crisis sanitaria mundial que agota de manera permanente las energías de cada país.
Sin ningún interés de ser pesimista, el tiempo presente y el tiempo futuro de esta media isla no pinta nada bueno. Ante esa realidad pesarosa, tendrá Luis Abinader que calzarse temprano las botas de los grandes hombres en el ejercicio del poder. Cabría preguntarnos entonces: ATENDERÁ Y ACEPTARÁ COMO BUENOS Y VÁLIDOS LOS JUICIOS Y LLAMADOS DE SUS ASESORES Y COLABORADORES, O BUSCARÁ EN LOS DISTINTOS RINCONES DE LA NACIÓN, LA SAVIA HUMILDE Y SINCERA DE CADA HOMBRE Y MUJER DE TRABAJO?